miércoles, 20 de junio de 2012

¿Que se Hace en la Oración?

Lo que hacemos en la oración es:
  • reconocer a Dios como Creador y Señor, 
  • agradecerle todos los beneficios, 
  • suplicar, 
  • pedir perdón y 
  • ofrecer.
 oración en la jornada mundial de la juventud
"1. Reconocerle como Creador y Señor; como nuestro principio y como nuestro fin último para adorarle.
Adorar significa reconocer que Dios es Aquel que es; nosotros, adorándole, confesamos nuestra radical dependencia de Dios, en nuestro ser y en nuestro obrar. Nuestra adoración, (...) nos pone en la verdad de nuestras relaciones con Dios; nos hace salir de nuestra pobreza para subir a Dios y reposar en Él como en el corazón del padre; allí somos y tenemos todo.

2. Agradecerle todos los beneficios recibidos.(...) - vemos que Él es la fuente de todo bien. Agradezcamos a Dios no sólo porque nos ha creado y porque continuamente nos crea, démosle gracias sobre todo porque "Dios es amor" (1 Jn 4, 8 ) y debemos amar y agradecer el Amor por sí mismo.
3. Suplicar. Dios es Padre y nos está regalando continuamente sus dones.
La conciencia de nuestras necesidades es sumamente limitada, de hecho no sabemos todo lo que debemos pedir; pero Dios, que es Padre y nos conoce íntimamente, nos da más allá de lo que nosotros osamos esperar. La oración que "pide" tiene un valor de preparación personal, dispone a acoger la gracia del Padre, abre el alma a Dios que entra en nosotros con sus dones.
4. Pedir perdón. Pedir perdón ha llegado a ser uno de los motivos principales de la oración desde que el hombre ha perdido la inocencia original.
Nos reconocemos pecadores, es decir hijos que se han alejado del Padre; le pedimos perdón y nos reorientamos a Él. Es una oración que será ciertamente escuchada, porque Jesús mismo ha muerto para obtenernos el perdón del Padre: su Sangre nos ha merecido la remisión de los pecados. Sin embargo, este perdón, ya obtenido para todos, debe ser aplicado a cada uno de los que han ofendido al Padre, y cada pecador con humildad deberá pedírselo personalmente. El perdón será la respuesta del Padre a nuestra oración.
5. Ofrecer.— al adorar ofrecemos a Dios el obsequio de los sentimientos más profundos del hombre. — Quien adora sinceramente se ofrece a sí mismo a Dios.
— Jesús, en la última cena, al dar las gracias al Padre, se ofreció y nos anticipó la sangre de su Sacrificio (Mt 26,27).
En la vida, el sentido de "ofrenda" debería informar todas las actividades, compromisos, encuentros cotidianos, etc., para que manifieste una profunda aspiración por una existencia que quiere ser plenamente cristiana. Por tanto, la oración de "ofrenda" no es un simple "gracias" dicho de corazón. El cristiano que reflexiona en el hecho de que Cristo "ha muerto por todos" (2Cor 5,14), no puede permanecer indiferente; ya no debe vivir para sí mismo, sino por quien murió y resucitó por él (2 Cor 5,15)."

miércoles, 13 de junio de 2012

Antonio de Padua, Santo
Presbítero y Doctor de la Iglesia, Junio 13



Presbítero y Doctor e la Iglesia

San Francisco de Asís, que encontró al joven fraile Antonio con ocasión del Capitulo general inaugurado en Pentecostés de 1221, lo llamaba confidencialmente “mi obispo”. Antonio, cuyo nombre anagráfico es Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo, nació en Lisboa hacia el 1195. A Los quince años entró al colegio de Los canónigos regulares de San Agustín, y en sólo nueve meses profundizó tanto el estudio de la Sagrada Escritura que más tarde fue llamado por el Papa Gregorio IX “arca del Testamento”. A la cultura teológica añadió la filosófica y la científica, muy viva por la influencia de la filosofía árabe.

De esta vasta formación cultural dio muestras en los últimos años de vida predicando en la Italia septentrional y en Francia. Aquí recibió el titulo de “guardián del Limosino” por la abundante doctrina en la lucha contra la herejía. En 1946 Pio XII lo declaró doctor de la Iglesia con el apelativo de “Doctor evangelicus”. Cinco franciscanos habían sido martirizados en Marruecos, a donde habían ido a evangelizar a los infieles. Fernando vio los cuerpos, que habían sido llevados a Portugal en 1220, y resolvió seguir sus huellas: entró al convento de los frailes mendicantes de Coimbra, con el nombre de Antonio Olivares.

Durante el viaje de regreso de Marruecos, en donde no pudo estar sino pocos días a causa de su hidropesía, una tempestad empujó la embarcación hacia Las costas sicilianas. Estuvo algunos meses en Mesina, en el convento franciscano, y el superior de este convento lo llevó a Asís para el Capitulo general. Aquí Antonio conoció a San Francisco de Asís.

Lo mandaron a la provincia franciscana de Romaña en donde llevó vida de ermitaño en un convento cerca de Forli. Lo nombraron para el humilde oficio de cocinero y así vivió en la sombra hasta cuando sus superiores, dándose cuenta de sus extraordinarias cualidades de predicador, lo sacaron del yermo y lo enviaron al norte de Italia y a Francia a predicar en donde más se había difundido la herejía de Los albigenses.

Finalmente, Antonio fijó su residencia en el convento de la Arcella, a un kilómetro de Padua. De aquí iba a donde lo llamaban a predicar. En 1231, cuando su predicación tocó la cima de intensidad y se caracterizó por los contenidos sociales, Antonio se agravó y del convento de Camposampiero lo llevaron a Padua sobre un furgón lleno de heno. Murió en Arcella el 13 de junio de 1231. “El Santo” por antonomasia, como lo llaman en Padua, fue canonizado en Pentecostés de 1232, es decir, al año siguiente de su muerte, por la gran popularidad que se había ampliado con el correr de los tiempos.

jueves, 7 de junio de 2012

Palabras sobre palabras


Las palabras son vanas cuando no se pronuncian en la verdad y en el amor.
 
Palabras sobre palabras

Palabras llegan, palabras van.

Es un frenesí, una carrera, una locura. No hemos digerido un texto y ya leemos otro. No hemos asimilado un discurso y nos piden que escuchemos a un nuevo orador.

Las palabras avanzan, en oleadas, ante las puertas del alma. Algunas entran, alborotadas, confusas, impetuosas. Otras se asoman, tímidas, prudentes, casi con respeto. Otras quedan fuera, esperando su turno. Otras salen: la memoria no permite contener tanta palabra.

La lluvia de palabras no disminuye. Cuenta con canales ágiles: radio y televisión, teléfono móvil (con sus mil mensajes breves) e Internet, saludos y despedidas, libros y revistas.

Es un tumulto interminable. Al llegar la noche, mientras leemos los correos más recientes o miramos las reacciones en Facebook o Twitter, las palabras luchan entre sí: desean ocupar los últimos pensamientos de quien va a intentar dormir durante unas horas.

Mañana será igual: palabras, palabras, y más palabras.

El alma desearía un momento de pausa, unos minutos de silencio para la reflexión. Pero las palabras están afuera, en su continuo asedio, y adentro, como un inquieto caballo de Troya en nuestros corazones.

Palabras sobre palabras. Llega el momento de terminar estas líneas llenas de palabras. Quizá así dejaremos un poco de tiempo disponible. No para leer más palabras en algún blog o en el periódico, sino para juzgar lo mucho recibido, para tirar lastres inútiles, y para aprender a conservar aquello que nos permita amar un poco más a Dios y a los hermanos...

martes, 5 de junio de 2012

Hoy puedo darle un beso a Dios

«En otro tiempo Dios, que no tenía cuerpo ni figura, no podía de ningún modo ser representado con una imagen. Pero ahora que se ha hecho ver en la carne y que ha vivido con los hombres, puedo hacer una imagen de lo que he visto de Dios… con el rostro descubierto contemplamos la gloria del Señor […] La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta para mis ojos, del mismo modo que el espectáculo del campo estimula mi corazón para dar gloria a Dios» (San Juan Damasceno, imag. 1, 16).
 ***
Durante la comida de ayer, un amigo mío irlandés me comentaba que la primera vez que pasó calor en su vida fue en Salamanca, España. Era el mes de agosto y salió al campo árido de Castilla. El paisaje que descubrió nada tenía que ver con las lluviosas tardes de su querida isla irlandesa. Y fue ahí donde, por primera vez, entendió aquellas palabras de Cristo: «Si alguno tiene sed, que venga a mí». Hasta el momento, aunque las había leído, no había entendido  del todo.
Esta conversación me hizo recordar la noticia que leí hace poco sobre la publicación de la primera Biblia adaptada al lenguaje de los esquimales en Canadá. ¿Cómo explicar el término “Pastor” a los que nunca han visto una oveja? Tuvieron que buscar realidades que ellos entendieran para poder transmitirlo.
Así somos los seres humanos. Nunca podremos captar todo el significado de una cosa si no la experimentamos, si no somos capaces de verla, de tocarla. Por eso la Encarnación de Cristo fue, sin lugar a dudas, una revolución: Dios se hizo visible, de carne y hueso. Y cuando Él ascendió al cielo, no quiso desampararnos: nos dejó la Eucaristía y, en un segundo pero importante lugar, las imágenes, acercándonos más al misterio de Dios.
Si meditamos a fondo, creo que todos somos conscientes de que muchas de nuestros momentos más hermosos de diálogo con Dios han sido delante de una imagen. Así sucedió en la vida de los santos. Santa Teresa, por ejemplo, inició su conversión al ver una imagen de Cristo flagelado. San Francisco de Asís emprendió la fundación de los franciscanos ante un crucifijo dentro de una iglesia en ruinas. ¿Y tú?
El texto de San Juan Damasceno es una oda a la oración delante de una imagen: «La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración». Y sí, tal vez nunca comprenderemos del todo quién es Dios, pero podemos intuirlo gracias a la contemplación de un crucifijo, llagado ahí por amor a mí; tal vez no alcancemos a darnos cuenta del maternal cuidado que María tiene si no la vemos en alguna de sus advocaciones. Y la lista sigue…
Hoy puede ser una buena oportunidad para acercarte a una de estas imágenes y, a través de ella, decirle a Dios: «¡Cuánto me has amado, Señor». Y terminar mi oración con un beso lleno de ternura. ¿A que así la oración no parece tan difícil?