jueves, 27 de diciembre de 2012

¿A qué estás esperando?


No esperes. Porque mañana bien sabemos que no sabemos si podrá ser. Hoy sí
 
¿A qué estás esperando?
¿A qué estás esperando?
Os comparto esta pregunta, porque puede que más de uno tenga necesidad de que alguien se la haga. Ya que no puedo sentarme “delante de ti” y hacértela “en tu cara”, permíteme al menos que mis palabras te alcancen a través de la red.

Encuentro personas que van por el mundo “deshinchadas y desganadas”. Hoy he tenido dos “visitas” de este tipo. No una, sino dos. Con dos perfiles diferentes, con dos contextos distintos, de dos realidades que nada tienen que ver entre sí, dos personas que entre ellas no se conocen. Y me sale decir que comparten un mismo perfil: No ser capaces de dar el primer paso. Les diferencia, de todos modos, algo básico. Una de ellas tiene que “dejar atrás”, lanzarse a lo nuevo, pero sobre todo hacer el tránsito de la liberación. En la otra persona, encuentro que lo tiene todo y está aguardando a “lanzarse hacia delante”. Alguien inteligente y perspicaz dirá que para que alguien abandone una vida tiene que coger otra, y viceversa. Pero os pido que penséis que son dos problemáticas diferentes unidas en la misma pregunta.

¿A qué esperas?

Lejos de ellos está el tiempo en que aguardaban una señal del cielo, un signo evidente, un testimonio rotundo que les derrumbara. Ese conocimiento de una u otra manera ya lo tienen. Ha dejado de ser una pregunta relativa a la inteligencia. Uno sabe que lo que hace le provoca daño e infelicidad, que nada tiene que ver con él. Y el otro, por el contrario, cree que lo que le llama por dentro (y por fuera) le hará profundamente feliz. El primero no sabe bien hacia dónde moverse, no tiene un horizonte definido, salvo salir de la niebla en la que está. El segundo dispone de una meridiana luz, ya tiene signos y el camino marcado. ¿Qué les pasa a ambos entonces? Si no es inteligencia, será cuestión de voluntad. Diría que mis alumnos están algunas veces, en temas de estudios, sumidos en la misma precaridad. Sin embargo, aquí hablo de algo radicalmente más importante, hablo de la bondad de la vida y de su maldad, hablo de vivir la propia existencia o seguir pasando como si no fuésemos dueños de ella. ¿Será posible que vivan otros diez años, o más, hasta que se den cuenta de que no son dueños de su vida, de sus actos, de sus decisiones? ¿Ocurrirá aquello, que tanto tememos, de no vivir realmente nosotros mismos, sino sentir que nos roban la vida a diario, en cada momento, en cada circunstancia, que no podremos comprometernos radicalmente con nada ni entregara nada porque de nada somos dueños?

Queridos ambos, y en genérico, a todos. ¿A qué esperas? Comprendo tu debilidad, acojo el sufrimiento e impotencia que manifiestas. Incluso te diría que eres muy amado cuando lo expresas con tanta humanidad. Pero, ¿a qué esperas para dar el paso que te saque de donde estás o tomes la decisión que sabes que es la correcta? Me permito decirte, sin un tono de consejo fácil, sin la cadencia de quien todo lo sabe y es perfecto, tres cuestiones que quizá pueden ayudarte en el momento que expresas. Las saco en parte de mi experiencia, y otras de la de mis amigos y hermanos.

1.No permitas que la derrota se haga fuerte en ti. Es decir, mírate como un vencedor. O, mejor aún, acoge la victoria de otros en tu vida frente al mal que sufres. Seguramente verás, podrás escuchar, testigos fuertes que te den palabras de vida alejadas del consejo estúpido y de los ánimos ilusos de quienes creen que todo se puede lograr, que todo puede cambiar, que cualquier cosa es posible para el hombre. No seas ridículo, no expongas tu vida a la derrota. Y no condenes tu pensamiento y tu corazón a considerarte así. Hay que diferenciar batallas de la guerra. Y todo, en este sentido, habrá terminado cuando tú des el primer paso.

2.Por muy “tuyo” que sea lo que vives, no te esclavices a una soledad en la que ya te sabes débil, frágil y pobre. Tampoco te quedes, dicho sea de paso, en un mero compartir, desahogarte, abrir tu corazón buscando compasión. No digo que no sea necesario en según qué momentos, pero sí afirmo que es radicalmente insuficiente. Es más, te empobrecerá y debilitará a medida que lo vivas con mayor normalidad. No habrá entonces consuelo para ti, o más consuelo que abandonar la esperanza. Mientras sostengas la luz de la esperanza, y creas que llegará el momento, que ya está cerca, entonces seguirás encontrando personas y grupos o comunidades en donde vivir tus primeros pasos. Evitará que sientas que todo lo tienes que hacer tú, que se adueñen de ti esa forma de pensar que todo lo hace sospechoso y dudoso al inicio. Aunque un médico tenga claro que un paciente puede empezar su rehabilitación, verás que nunca le permite que se levante de la cama sin estar él mismo y en persona cerca, sujetando por debajo el brazo, pendiente de lo que pueda pasar. De igual manera, aunque tú seas el responsable de ese primer, segundo y tercer paso, no tienes por qué esconderte de los demás para ello.

3.Sé un tanto loco. Cuando se planifica que tal día sucederá esto, o que tal otro viviré aquello, y que éste será el momento decisivo y propicio, me entran ganas de reír. Porque veo cómo se posponen una y otra vez las decisiones importantes hasta el tiempo de lo urgente y de la urgencia, de lo imprescindible y necesario. En ocasiones incluso llegan tarde o no se toman nunca, porque no pueden tomarse ya. Se pasó el tiempo, se pasó el arroz. Ahora no puede ser de ninguna de las maneras. Te pido una cierta locura de ánimo, un cierto despojo de la planificación que hasta ahora no te ha funcionado, que te dejes llevar por el corazón y las intuiciones cuando éstas surgen. Que no las conviertas en palabras que encienden y calienta tu vida, sino en actos que lo transforman todo.

No esperes. Porque mañana bien sabemos que no sabemos si podrá ser. Hoy sí. Hoy, si tienes clavada la pregunta, si tienes certeza sobre esta opción, si lo has trabajado suficientemente y te acompaña durante un tiempo, quizá hoy sea el tiempo de encaminar tus pasos por nuevos caminos, de respirar nuevos aires, de sostener cargas diferentes a las que hasta ahora has querido llevar sin demasiado éxito y en excesiva soledad.

¿El mensajero?: somos nosotros

Sí, nosotros somos el mensajero de Jesús de Nazaret resucitado. Debemos llevar Su mensaje a nuestro alrededor. Ni siquiera tenemos que recorrer, en general, caminos y pueblos nuevos, como los misioneros
 
¿El mensajero?: somos nosotros
¿El mensajero?: somos nosotros
Volvamos poco más de dos mil años en la historia, pero a una imagen alternativa, virtual (hoy tan de moda). Es el primer día después del sábado; un día tranquilo y de descanso de aquellos miembros del Sanedrín que, tras la pesadilla del nazareno que tanto les había molestado, comentaban cómo la crucifixión en manos romanas les había librado, para siempre, de Jesús.

Tres años de predicación, de movilizar multitudes, de predicar cosas nuevas, de hablar de Yahve, de (¡horror!) curar enfermos, se acabaron por siempre. Sus acusaciones, sus señalamientos: ¡sepulcros blanqueados!, las humillaciones pasadas al tratar ellos de humillarlo, no volverían. Ese carpintero predicador de Nazaret, Jesús, estaba muerto.

De pronto, en el centro de la reunión, una luz muy blanca los aturde. En medio de ella, vestido de túnica blanca, aparece "el muerto", y les dice, porque finalmente es Dios amoroso: "la paz sea con vosotros". El terror más fuerte se apodera de todos los presentes y caen por tierra: ¡no puede ser, murió en el Calvario, lo vimos morir, el cielo se cubrió y tembló la tierra! ¿Qué es esto?

Pero "el muerto", resucitado, vuelto a la vida, con su mismo cuerpo y las heridas visibles de la crucifixión, les dice: se los advertí: destruid este templo y yo lo reconstruiría en tres días, y aquí estoy, vivo de nuevo por siempre, hasta el fin de los tiempos y después de ellos. Seguiré llevando el mensaje de mi Padre a todos los confines del mundo.

El terror de los presentes, sacerdotes, fariseos y algunos amigos romanos importantes era mayor. Pero el resucitado, Jesús el carpintero, les dice: yo soy el Hijo del Padre, el Mesías que no quisieron reconocer, aunque mi vida ha sido el cumplimiento exacto y fiel de las profecías que el Señor dio a nuestros padres.

Vengo a manifestarles mi perdón, pues sin vuestra maldad, las profecías no se habrían cumplido en mi muerte y resurrección. Vengo a darles de nuevo el mensaje de mi Padre, ¡arrepiéntanse y conviértanse! Yo, Jesús resucitado, saldré a las calles a llevar de nuevo mi mensaje; haré milagros frente a multitudes de todos los pueblos de la tierra; mi voz, como un trueno del cielo, pero llena de amor, se escuchará por todos los hombres de ahora y del futuro.

El terror en el Sanedrín aumentaba… pero Jesús continuó hablando. Sí, están perdonados, porque Yo dí mi vida por todos, vosotros incluidos. Salgan también a las calles tras de mí y digan a todos aquellos a quienes embaucaron contra mí para que Poncio Pilatos me crucificara, que escuchen mi Palabra, que mi sangre era la de un inocente y por eso he vuelto de la muerte, la he vencido.

Díganles a quienes me condenaron a la cruz por aclamación, que también los perdono y los amo, que también se conviertan y escuchen todos a mis discípulos, porque yo caminaré al frente de ellos por el mundo, para que todos crean y se conviertan.

Finalmente, la fuerza del amor del carpintero resucitado venció a los asistentes del Sanedrín, y así, postrados de rodillas, creyeron en Él y lo siguieron.

Pero no, esa escena no sucedió. Tampoco llegó Jesús ante sus apóstoles para decirles, después de desearles la Paz: amados míos, como estaba escrito, he resucitado, reconstruí este templo, mi cuerpo, vencí a la muerte. Dejad pues de temer a los judíos en la calle, y salgan tras de mí, acompáñenme a llevar el mensaje del Padre, la Buena Nueva, a todo el mundo, pues nadie les hará daño.

No, nada de eso paso ¡tan fácil que hubiera sido transmitir el mensaje divino, construir entre todos los pueblos del mundo esa Iglesia que Él había fundado y encomendado a un pequeño grupo de apóstoles! Como les dijo, Él estaría con ellos hasta el fin de los tiempos ¡como dudarlo si estaba allí, y recorrería caminos y ciudades, pero ahora con gran poder y majestad! Las trompetas angélicas anunciarían su llegada.

No, la realidad es diferente. Jesús resucitado visitó a los suyos en privado, les dio consejos, encargos, poderes, les infundió al Espíritu Santo y un día, frente a ellos, los dejó solos, humanamente hablando. Nunca se iría, sin embargo, pues como ofreció, estaría con ellos y Su Iglesia a través de los siglos, para que el mensaje se transmitiera por boca de las ovejas y los pastores a quienes encomendó el rebaño.

Sí, el mensajero… somos nosotros, con todas nuestras limitaciones, debilidades, miedos y pecados. Tan fácil que hubiera sido… pero el Señor quiere, como en el antiguo testamento, que su mensaje, la profecía, llegue a los hombres por boca de sus enviados: ve y lleva al rey este mensaje… A su Iglesia, a nosotros, encomendó: id y predicad por todas las naciones; ese es nuestro encargo.

Sí, nosotros somos el mensajero de Jesús de Nazaret resucitado. Debemos llevar Su mensaje a nuestro alrededor. Ni siquiera tenemos que recorrer, en general, caminos y pueblos nuevos, como los misioneros. Simplemente, entre los nuestros y por nuestros medios, llevemos el mensaje, con el ejemplo y con la palabra.

Seamos como nos pidió -aprendiendo de Él-, "mansos y humildes de corazón", y no tengamos miedo de ser sus mensajeros. Él pondrá en nuestra mente y en nuestra boca para hablar, y en nuestra mano para escribir, lo que debemos decir y cómo decirlo. Jesús resucitado no nos pide más de lo que podemos hacer; no tengamos miedo pues, si somos el mensajero podremos llevar la Buena Nueva. ¡Confiemos en Él! ¡Lo haremos bien! Como recompensa, Él moverá los corazones y nos dará vida eterna en su reino.

viernes, 21 de diciembre de 2012

¿QUE ES PARA MI LA NAVIDAD?

Queridos amigos, corramos con alegría hacia Belén, acojamos en nuestros brazos al Niño que María y José nos presentarán. Volvamos a partir de Él y con Él, afrontando todas las dificultades.

A cada uno de vosotros el Señor os pide que colaboréis en la construcción de la ciudad del hombre, conjugando de un modo serio y apasionado la fe y la cultura.

Por esto os invito a buscar siempre, con paciente constancia, el verdadero Rostro de Dios. (...) Buscar el Rostro de Dios es la aspiración profunda de nuestro corazón y es también la respuesta a la cuestión fundamental que va emergiendo cada vez más en la sociedad contemporánea.

(...)

Queridos amigos, esta tarde nos apresuramos unidos con confianza en nuestro camino hacia Belén, llevando con nosotros las esperanzas de nuestros hermanos, para que todos podamos encontrar al Verbo de la vida y confiarnos a Él. (...) Llevar a todos el anuncio de que el verdadero rostro de Dios está en el Niño de Belén, tan cercano a cada uno de nosotros, porque Él es el Dios paciente y fiel, que sabe esperar y respetar nuestra libertad.

A Él, esta tarde, queremos confesar con confianza el deseo más profundo de nuestro corazón: "Yo busco tu rostro, Señor, ¡ven, no tardes!" Amén.

                                                                                                                                    Benedicto XVI