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¿Por qué orar? |
Sólo del encuentro diario con Dios, el creyente puede hallar
la fuerza para vivir y aprender a amar a los
demás.
"Si tuviera que desearte el don más bello, si
quisiera pedirlo para ti a Dios, no dudaría en pedirle
el don de la oración."
Orando se vive. Orando se ama.
Orando se alaba.
Como la planta que no hace brotar su
fruto si no es alcanzada por los rayos del sol,
así el corazón humano no se entreabre a la vida
verdadera y plena si no es tocado por el amor.
Y es que, quien ora vive, en el tiempo y
en la eternidad.
Me preguntas: ¿por qué orar? Te respondo: para
vivir. De aquí nace la exigencia de indicar el
camino para una oración hecha de cotidianeidad: fija tú
mismo un tiempo para dar cada día al Señor, de
intimidad: recógete en silencio, lleva a Dios tu corazón y
de confidencia: no tengas miedo de decirle todo.
Así, cuando
vayas a orar con el corazón en alboroto, si perseveras,
te darás cuenta de que después de haber orado largamente
tus interrogantes se habrán disuelto como nieve al sol.
Un
efecto que muchos buscan por otras vías, a menudo bajo
la insignia de la ausencia de obstáculos y empeño. La
paz que nace de la oración, en cambio, es distinta:
«Que sepas, que no faltarán las dificultades. Llegará la hora
de la “noche oscura”, en la que todo te parecerá
árido y hasta absurdo en las cosas de Dios: no
temas. Es esa hora en la que para luchar está
Dios mismo contigo».
Pero los momentos oscuros no negarán los
frutos de una oración vivida en el corazón: «Un don
particular que la fidelidad en la oración te dará es
el amor a los demás», y es que «la
oración es la escuela del amor».
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