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¿A qué estás esperando? |
Os comparto esta pregunta, porque puede que más de uno
tenga necesidad de que alguien se la haga. Ya que
no puedo sentarme “delante de ti” y hacértela “en tu
cara”, permíteme al menos que mis palabras te alcancen a
través de la red. Encuentro personas que van por el
mundo “deshinchadas y desganadas”. Hoy he tenido dos “visitas” de
este tipo. No una, sino dos. Con dos perfiles diferentes,
con dos contextos distintos, de dos realidades que nada tienen
que ver entre sí, dos personas que entre ellas no
se conocen. Y me sale decir que comparten un mismo
perfil: No ser capaces de dar el primer paso. Les
diferencia, de todos modos, algo básico. Una de ellas tiene
que “dejar atrás”, lanzarse a lo nuevo, pero sobre todo
hacer el tránsito de la liberación. En la otra persona,
encuentro que lo tiene todo y está aguardando a “lanzarse
hacia delante”. Alguien inteligente y perspicaz dirá que para que
alguien abandone una vida tiene que coger otra, y viceversa.
Pero os pido que penséis que son dos problemáticas diferentes
unidas en la misma pregunta.
¿A qué esperas? Lejos de
ellos está el tiempo en que aguardaban una señal del
cielo, un signo evidente, un testimonio rotundo que les derrumbara.
Ese conocimiento de una u otra manera ya lo tienen.
Ha dejado de ser una pregunta relativa a la inteligencia.
Uno sabe que lo que hace le provoca daño e
infelicidad, que nada tiene que ver con él. Y el
otro, por el contrario, cree que lo que le llama
por dentro (y por fuera) le hará profundamente feliz. El
primero no sabe bien hacia dónde moverse, no tiene un
horizonte definido, salvo salir de la niebla en la que
está. El segundo dispone de una meridiana luz, ya tiene
signos y el camino marcado. ¿Qué les pasa a ambos
entonces? Si no es inteligencia, será cuestión de voluntad. Diría
que mis alumnos están algunas veces, en temas de estudios,
sumidos en la misma precaridad. Sin embargo, aquí hablo de
algo radicalmente más importante, hablo de la bondad de la
vida y de su maldad, hablo de vivir la propia
existencia o seguir pasando como si no fuésemos dueños de
ella. ¿Será posible que vivan otros diez años, o más,
hasta que se den cuenta de que no son dueños
de su vida, de sus actos, de sus decisiones? ¿Ocurrirá
aquello, que tanto tememos, de no vivir realmente nosotros mismos,
sino sentir que nos roban la vida a diario, en
cada momento, en cada circunstancia, que no podremos comprometernos radicalmente
con nada ni entregara nada porque de nada somos dueños?
Queridos ambos, y en genérico, a todos. ¿A qué esperas?
Comprendo tu debilidad, acojo el sufrimiento e impotencia que manifiestas.
Incluso te diría que eres muy amado cuando lo expresas
con tanta humanidad. Pero, ¿a qué esperas para dar el
paso que te saque de donde estás o tomes la
decisión que sabes que es la correcta? Me permito decirte,
sin un tono de consejo fácil, sin la cadencia de
quien todo lo sabe y es perfecto, tres cuestiones que
quizá pueden ayudarte en el momento que expresas. Las saco
en parte de mi experiencia, y otras de la de
mis amigos y hermanos.
1.No permitas que la derrota se
haga fuerte en ti. Es decir, mírate como un vencedor.
O, mejor aún, acoge la victoria de otros en tu
vida frente al mal que sufres. Seguramente verás, podrás escuchar,
testigos fuertes que te den palabras de vida alejadas del
consejo estúpido y de los ánimos ilusos de quienes creen
que todo se puede lograr, que todo puede cambiar, que
cualquier cosa es posible para el hombre. No seas ridículo,
no expongas tu vida a la derrota. Y no condenes
tu pensamiento y tu corazón a considerarte así. Hay que
diferenciar batallas de la guerra. Y todo, en este sentido,
habrá terminado cuando tú des el primer paso.
2.Por muy
“tuyo” que sea lo que vives, no te esclavices a
una soledad en la que ya te sabes débil, frágil
y pobre. Tampoco te quedes, dicho sea de paso, en
un mero compartir, desahogarte, abrir tu corazón buscando compasión. No
digo que no sea necesario en según qué momentos, pero
sí afirmo que es radicalmente insuficiente. Es más, te empobrecerá
y debilitará a medida que lo vivas con mayor normalidad.
No habrá entonces consuelo para ti, o más consuelo que
abandonar la esperanza. Mientras sostengas la luz de la esperanza,
y creas que llegará el momento, que ya está cerca,
entonces seguirás encontrando personas y grupos o comunidades en donde
vivir tus primeros pasos. Evitará que sientas que todo lo
tienes que hacer tú, que se adueñen de ti esa
forma de pensar que todo lo hace sospechoso y dudoso
al inicio. Aunque un médico tenga claro que un paciente
puede empezar su rehabilitación, verás que nunca le permite que
se levante de la cama sin estar él mismo y
en persona cerca, sujetando por debajo el brazo, pendiente de
lo que pueda pasar. De igual manera, aunque tú seas
el responsable de ese primer, segundo y tercer paso, no
tienes por qué esconderte de los demás para ello.
3.Sé
un tanto loco. Cuando se planifica que tal día sucederá
esto, o que tal otro viviré aquello, y que éste
será el momento decisivo y propicio, me entran ganas de
reír. Porque veo cómo se posponen una y otra vez
las decisiones importantes hasta el tiempo de lo urgente y
de la urgencia, de lo imprescindible y necesario. En ocasiones
incluso llegan tarde o no se toman nunca, porque no
pueden tomarse ya. Se pasó el tiempo, se pasó el
arroz. Ahora no puede ser de ninguna de las maneras.
Te pido una cierta locura de ánimo, un cierto despojo
de la planificación que hasta ahora no te ha funcionado,
que te dejes llevar por el corazón y las intuiciones
cuando éstas surgen. Que no las conviertas en palabras que
encienden y calienta tu vida, sino en actos que lo
transforman todo. No esperes. Porque mañana bien sabemos que no
sabemos si podrá ser. Hoy sí. Hoy, si tienes clavada
la pregunta, si tienes certeza sobre esta opción, si lo
has trabajado suficientemente y te acompaña durante un tiempo, quizá
hoy sea el tiempo de encaminar tus pasos por nuevos
caminos, de respirar nuevos aires, de sostener cargas diferentes a
las que hasta ahora has querido llevar sin demasiado éxito
y en excesiva soledad.
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